[caption id="attachment_15595" align="alignleft" width="1024"] (foto: Saiyna Bashir/IMF Photos)[/caption]
El impacto de la pandemia sobre la población pobre del mundo ha sido especialmente duro. La COVID-19 habría empujado a alrededor de 100 millones de personas a una situación de pobreza extrema solo en 2020, y las Naciones Unidas advierten que en algunas regiones la pobreza podría aumentar hasta niveles no vistos en 30 años. La crisis actual ha frustrado los avances hacia objetivos de desarrollo básicos, debido a que los países en desarrollo de bajo ingreso deben ahora compaginar el gasto urgente para proteger vidas y medios de subsistencia con las inversiones a más largo plazo en salud, educación, infraestructura física y otras necesidades esenciales.
En un nuevo estudio, proponemos un marco con el que los países en desarrollo pueden evaluar las opciones de política económica que pueden aumentar el crecimiento a largo plazo, movilizar más ingresos y atraer inversiones privadas con el fin de lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Aun con ambiciosas reformas nacionales, la mayoría de los países en desarrollo de bajo ingreso no podrán obtener los recursos necesarios para financiar estos objetivos. Necesitan el apoyo decisivo y extraordinario de la comunidad internacional, que incluye a donantes privados y oficiales, y a las instituciones financieras internacionales.
Un revés importante
En 2000, los dirigentes mundiales se dispusieron a terminar con la pobreza y a crear una senda de prosperidad y oportunidad para todos. Estos objetivos se plasmaron en los Objetivos de Desarrollo del Milenio y, 15 años después, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible previstos para 2030. Estos últimos representan un proyecto compartido de paz y prosperidad, para las personas y el planeta, ahora y en el futuro. Exigen inversiones importantes, tanto en capital humano como físico.
Hasta hace poco, el desarrollo progresaba de forma constante, aunque desigual, con éxitos medibles en la reducción de la pobreza y la mortalidad infantil. Pero ya antes de la pandemia, muchos países no se encontraban en vías de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de aquí a 2030. La COVID-19 ha golpeado con fuerza la agenda de desarrollo, infectando a más de 150 millones de personas y acabando con la vida de más de 3 millones. Ha sumergido al mundo en una grave recesión, que ha revertido las tendencias de convergencia del ingreso entre países en desarrollo de bajo ingreso y economías avanzadas.
Desde que comenzó la pandemia, el FMI ha otorgado financiamiento de emergencia por valor de USD 110.000 millones a 86 países, entre los que se encuentran 52 beneficiarios de bajo ingreso. Hemos comprometido en total USD 280.000 millones, y prevemos una asignación general de DEG de USD 650.000 millones que beneficiará a los países pobres sin sumarse a la carga de sus deudas. El Banco Mundial y otros socios en el desarrollo también han ofrecido su apoyo. Aunque esto por sí solo no es suficiente.
En nuestro estudio desarrollamos una nueva herramienta macroeconómica para analizar las estrategias de financiamiento del desarrollo, que incluye el financiamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Nos centramos en inversiones en desarrollo social y capital físico en cinco ámbitos fundamentales del crecimiento sostenible e inclusivo: salud, educación, carreteras, electricidad, agua y saneamiento. Estos ámbitos clave del desarrollo son los gastos más importantes en los presupuestos de la mayoría de los gobiernos.
Aplicamos nuestro marco a cuatro países: Camboya, Nigeria, Pakistán y Rwanda. En promedio, estos países necesitarán un financiamiento anual adicional de más del 14% del PIB para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible de aquí a 2030, unos 2½ puntos porcentuales anuales por encima del nivel anterior a la pandemia. Dicho de otra forma, sin un incremento del financiamiento, la COVID-19 habría retrasado los avances hacia los objetivos de desarrollo sostenible en hasta 5 años en los 4 países.
Este revés podría ser mucho mayor si la pandemia provoca secuelas económicas permanentes. Las medidas de confinamiento han desacelerado significativamente la actividad económica, privando de ingresos a las personas e impidiendo que los niños vayan a la escuela. Estimamos que el daño duradero al capital humano de una economía y, por tanto, al potencial de crecimiento, podría aumentar las necesidades de financiamiento del desarrollo en 1,7 puntos porcentuales adicionales del PIB al año.
Afrontar el reto
¿Cómo pueden los países realizar avances significativos hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible en estas nuevas circunstancias más difíciles que ha desencadenado la pandemia?
No será fácil. Los países tendrán que encontrar el equilibrio adecuado entre financiar el desarrollo y proteger la sostenibilidad de la deuda, entre los objetivos de desarrollo a largo plazo y las necesidades inmediatas apremiantes, y entre invertir en las personas y modernizar las infraestructuras. Tendrán que seguir ocupándose del asunto en cuestión: gestionar la pandemia. Sin embargo, al mismo tiempo, también tendrán que implementar un programa de reformas muy ambicioso que priorice las siguientes cuestiones:
- Fomentar el crecimiento, lo que comenzará un círculo virtuoso. El crecimiento amplía la tarta, generando nuevos recursos para el desarrollo, lo que a su vez estimula el crecimiento. Las reformas estructurales que promueven el crecimiento —incluidos los esfuerzos por mejorar la estabilidad macroeconómica, la calidad institucional, la transparencia, la gobernanza y la inclusión financiera— son por tanto esenciales. Nuestro estudio señala cómo el fuerte crecimiento de Nigeria y Pakistán permitió a estos países realizar importantes progresos en la reducción de la pobreza extrema antes de 2015. Reactivar el crecimiento, que desde entonces se ha estancado en estos países muy poblados, será fundamental.
- Fortalecer la capacidad de recaudación de impuestos es vital para financiar los servicios públicos básicos necesarios para lograr los objetivos de desarrollo principales. La experiencia demuestra que aumentar la relación impuestos/PIB en un promedio de 5 puntos porcentuales a mediano plazo, mediante una política tributaria integral y la aplicación de reformas, es un objetivo ambicioso, aunque alcanzable, para muchos países en desarrollo. Camboya lo ha hecho: en los 20 años anteriores a la pandemia, aumentó sus ingresos tributarios desde menos del 10% del PIB hasta aproximadamente el 25% del PIB.
- Fomentar la eficiencia del gasto. Aproximadamente la mitad del gasto en inversión pública en los países en desarrollo se desaprovecha. Fomentar la eficiencia mediante una mejor gestión económica, junto con la mejora de la transparencia y la gobernanza, permitirá a los gobiernos lograr más con menos.
- Catalizar la inversión privada. Reforzar el marco institucional mediante la mejora de la gobernanza y un entorno regulatorio más robusto contribuirá a catalizar nuevas inversiones privadas. Rwanda, por ejemplo, logró aumentar la inversión privada en los sectores del agua y la energía, desde prácticamente nada en 2005–09 hasta más del 1½% del PIB anual en 2015–17.
Aplicadas en paralelo, estas reformas podrían generar hasta la mitad de los recursos necesarios para realizar avances sustanciales hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pero aun con estos ambiciosos programas de reformas, estimamos que los objetivos de desarrollo se retrasarían en una década o más en tres de los cuatro países del estudio de caso si tuvieran que hacerlo por sí solos.
Esta es la razón por la que es crucial que la comunidad internacional también redoble sus esfuerzos. Si los socios en el desarrollo aumentan de forma gradual la ayuda oficial al desarrollo, desde el actual 0,3% hasta el objetivo de las Naciones Unidas del 0,7% del Ingreso Nacional Bruto, muchos países en desarrollo de bajo ingreso podrían estar en posición de cumplir sus objetivos de desarrollo de aquí a 2030 o poco después. Proporcionar esta asistencia puede ser una tarea difícil para las autoridades económicas de las economías avanzadas, que están probablemente más centradas ahora mismo en retos nacionales. Pero contribuir al desarrollo es una inversión valiosa con rendimientos potencialmente altos para todos. En palabras de Joseph Stiglitz, la única prosperidad verdadera y sostenible es la prosperidad compartida.